Cuando la historia y el más allá se entremezclan surgen historias que aún provocan el pavor de todos los que osan escuchar.
Se trata de la premonición de muerte del brigadier Carlos Calderón y Vasco. Para ponernos en contexto, a finales del siglo XIX proliferan entre la aristocracia parisina la realización de sesiones de espiritismo y brujería con el fin de divertirse pasando el umbral de lo desconocido. Muchos eran los que acudían noche tras noche a todo tipo de amarres, rituales y sesiones entre las que se confundían el vino, las risas y el más allá.
En un lujoso piso del un afamado boulevard de París, el general carlista Carlos Calderón organizó una más de sus concurridas fiestas. A ella acudió la flor y nata de la sociedad parisina del momento.
Aristócratas y artistas de la ciudad de la luz bebían y danzaban mientras que la famosa vidente Madame Thebès, experimentada médium había iniciado sus rituales mediúmnicos a petición de Don Carlos.
El vaso se movía a un lado y otro como si fuera el transcriptor de un telegrama.
–M-a-ñ-a-n-a—e-s-t-a-r-a—c-o-n-m-i-g-o.
Como una sentencia. La estupefacción de todos convocó todas las miradas en Don Carlos. A la espera de su redacción se quedó suspendido el instante en un silencio tenso a la espera de la reacción del mencionado. “C-a-r-l-o-s” había dicho con toda claridad el vaso. “C-a-r-l-o-s” había repetido.
Su fiel amigo el Conde de Melgar, dejó por escrito para la historia del asombroso suceso acaecido aquella noche. Nuestro protagonista había invocado el espíritu de su difunta amante la Duquesa de Osuna, recibiendo por boca de la vidente una respuesta que dejó a toda la concurrencia con la respiración suspendida:
“-Estoy en un sitio horroroso, donde padezco de insoportables torturas; pero hoy he recobrado un poco de ánimo porque acabo de saber que dentro de breves momentos te tendré a mi lado”.
La risotada de Don Carlos atronó en el salón. Los danzantes detuvieron sus giros interminables y la orquesta rebajó la intensidad de la música.
-«Tonterías, esto son tonterías. Vámonos a dormir que la cosa se ha pasado de rosca. Rápidamente reaccionaron los mayordomos que imitaron las enérgicas disposiciones de su amo».
La persona que se había presentado aquella noche fue su más famosa y longeva amante, María Leonor de Salm-Salm, duquesa de Osuna. Viuda sin hijos y más rica aún que su amado, Don Carlos, el íntimo amigo de su primer esposo, el multimillonario XII Duque de Osuna. Carlos fue un verdadero mítico ‘último Don Juan’ a quien la jovencísima duquesa conoció cuando aún contaba 21 años para ya nunca más separarse de él a pesar de estar casada.
A la mañana siguiente de esta fiesta con tintes espiritistas, el anfitrión se levantó tarde para posteriormente agarrarse el pecho por el dolor de una punzada primero y, en muy breve plazo de tiempo moribundo, llegando a pedir angustiado el auxilio de un confesor con quien aliviar su alma plagada de pecados.
Así falleció en brazos de la servidumbre y marchó a acompañar ya por siempre a su posesiva amada.
Tan sonado personaje recibió honores y responsos en su camino de vuelta desde París a Granada vía Madrid, yendo a ser enterrado en la cripta familiar bajo la misteriosa hacienda agrícola de Jesús del Valle, en el Valle del Darro al pie de la Alhambra, un paraje hoy en ruinas adonde aún se acercan curiosos y amigos de lo oculto a, esta vez, invocar el espíritu sin descanso de Don Carlos, cuya presencia parece aún estar bien presente entre aquellas ruinas que le vieron nacer y donde encontró a los 49 años su sepultura.